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viernes, 3 de junio de 2016

La Llorona


La mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca de sus hijos.
Cuenta la leyenda que era una mujer de sociedad, joven y bella, que se casó con un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía como una niña, su único defecto... que no tenía fortuna. Pero él sabiendo que su joven mujer le gustaba alternar en la sociedad y " escalar alturas ", trabajaba sin descanso para poder satisfacer a su esposa, la que sintiéndose consentida despilfarraba todo lo que le daba su marido.

Marisa López de Figueroa, tuvo varios hijos estos eran educados por la servidumbre mientras que la madre se dedicaba a cosas triviales.Tuvo una vida difícil, que repulsaba el hogar y nunca se ocupó de los hijos. Pasaron los años y el marido enfermó gravemente, al poco tiempo murió, llevándose " la llave de la despensa ", la viuda se quedó sin un centavo, y al frente de sus hijos que le pedían que comer. Por un tiempo la señora de Figueroa comenzó a vender sus muebles. Sus alhajas con lo que la fue pasando.

Al sentirse inútil para trabajar, y sin un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó mucho, pero un día los reunió diciéndoles que los iba a llevar de paseo al río de los pirules. Los ishtos saltaban de alegría, ya que era la primera vez que su madre los llevaba de paseo al campo. Los subió al carruaje y llegó al río, que entonces era caudaloso, los bajo del carro, que ella misma guiaba y fue aventando uno a uno a los pequeños, que con las manitas le hacían señas de que se estaban ahogando.

Pero ella, tendenciosa y fría, veía como se los iba llevando la corriente en ese momento ya estarían muertos. Como autómata se retiró del lugar, tomo el carruaje, salió como "alma que lleva el diablo ", pero los remordimientos la hicieron regresar al lugar del crimen. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se tiró ella al río y pronto se pudieron ver cuatro cadáveres de niños y el de una mujer que flotaban en el río.

Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa venia de ultratumba a llorar su desgracia: salía del cementerio y cruzaba la ciudad en un carruaje, dando alaridos y gritando ¡Aaaaay mis hijos! ¡Donde estarán mis hijos! y así hasta llegar al río de los pirules en donde desaparecía. 










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